7 abr 2010

~Crónicas de una Ortiga



~Crónicas de una Ortiga


La ortiga… esa plantita que a muy pocos agrada… que cuando la rozas te hiere con sus hojas al mínimo contacto… la historia de hoy va acerca de una ortiga, de cómo vivía, cómo veía el mundo y todo lo que pensaba…

Otro día más que pasa, con un sol espléndido, un cielo azulado con brochazos blancos a los que solemos llamar nubes… y yo mientras, aquí sin poder moverme…
La pequeña ortiga creció en medio de otras flores más vistosas, más coloridas, más llamativas… Ella envidiaba a las otras flores porque tarde o temprano, iban a ver el mundo que ella no podía ver… las rosas se reían de ella por ser diferente, por ser distinta, porque nadie la quería, porque a pesar de que aquellas hermosas rosas de tan diversos colores tenían espinas que podían herir, los humanos las querían… la pequeña ortiga sentía como las espinas de las rosas sin tocarle, le herían y como indagaban en lo profundo de su ser, tan solo con el desprecio con las que la miraban.
La pequeña ortiga crecía mientras a su alrededor las rosas iban y venían nuevas que tarde o temprano se iban también con aquellos humanos.

Al cabo de un tiempo, la ortiga empezó a envidiar a aquellas rosas, que nunca volvían al campo y pasaban el resto de sus días viendo el mundo… o eso pensaba ella. La ortiga veía como las rosas se iban de aquel lugar en grandes cantidades, llevadas por un humano, pero lo que la ortiga realmente desconocía era a donde iban a parar aquellas rosas, pero como ella lo que más quería era conocer el mundo, pensó que las rosas se iban a verlo.

La envidia cada día era mayor, y cada día la pequeña ortiga se sentía más diferente, más desgraciada por no poder realizar su mayor sueño, sin contar que las rosas seguían burlándose de ella, de su aspecto, de su soledad casi obligada, era una tortura para ella, y lo único que hacía era llorar día y noche por aquello que no podía alcanzar y porque lo que aquellas rosas decían parecía ser real.
La ortiga entristeció cada día más y más, hasta que un día reflexionando, decidió no creerse lo que las rosas decían, pero el poder de las palabras pudo ante su empeño y sus ganas de evitar que los comentarios le afectaran.

Una agradable mañana, mientras todas las rosas acosaban a la pequeña ortiga apartada a lo lejos del campo, había una amapola silvestre por allí que llevaba toda su vida viendo como todas aquellas rosas no dejaban tranquila a la ortiga, decidió hablar con la ortiga, para saber si quería ayuda para que se animara.
La ortiga solo había conocido los insultos de las rosas en toda su vida, y no conocía la confianza, por lo que pensó que aquella amapola tan roja y tan esbelta quería engañarla para hacerle más daño, por lo que rechazó su ayuda y volvió a su rinconcito de soledad.

La amapola que sabía que eso no era vida para ninguna planta, decidió ayudarla igualmente. La amapola conocía bastantes costumbres humanas que habían sido transmitidas en su generación desde tiempos muy remotos, y aprovechó ese conocimiento que las rosas y la ortiga desconocían para contarles algo que quizás les interesaría.

Escuchad, hermanas rosas, os vengo a comentar ciertos aspectos de vuestro futuro que desconocéis. Las rosas no parecían tomar en cuenta a la amapola, pero poco a poco, algunas iban sintiendo curiosidad por lo que la amapola iba a contar.

¿Acaso veis bien dejar a esta pobre ortiga de lado solo porque sea diferente, porque no sea una gran belleza, porque no sea como vosotras? ¿Sois vosotras mejores plantas solo por eso?

Las rosas empezaron a alborotarse y a gritar, pero la amapola seguía hablando sobre ellas y su futuro.

Ella no es más desgraciada por no tener unos pétalos tan elegantes o bonitos como los vuestros, ni tan colorido, y puede que nadie la quiera y que a vosotras si, pero eso es algo beneficioso para ella porque en esta vida vosotras estáis destinadas a morir, y ella por ser diferente, esta destinada a perdurar más.
Cuando viene el humano para llevaros, no lo hace para enseñaros el mundo o algo similar, simplemente os arranca de vuestras raíces para venderos muertas a otros humanos. A veces, es mejor ser diferente, ser original, y no por ser así, se es raro o algo malo, porque yo lo veo más como una forma de supervivencia, de ser cada cual mismo original sin intentar copiar a otras plantas como vosotras hacéis desde que nacéis hasta que morís, y ¿son acaso vuestras vidas mejores que la de esta pequeña ortiga?

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